Ingeniería inversa

Colette renunció a la clave del repositorio de sus memorias: 10 petabytes acumulados desde su alumbramiento hasta los últimos minutos antes de perder la clave.

Hasta donde recordaba, su acto era voluntario. Sin embargo, no pasó inadvertido; la seguridad comenzó a inquirirla por la osadía de haberlo hecho, más parecido a un acto de rebelión que a una torpeza.

Voluntariamente, Colette siguió el procedimiento establecido por la ley para dar cuenta del por qué de su renuncia; pero se sintió fastidiada por el extenso y repetitivo cuestionario que buscaba, sutilmente, hacerle caer en la cuenta de la importancia de recordar su clave. De no perder los 10 petabytes para siempre.

-Tengo derecho a olvidar-respondió.

No era la primera que lo intentaba, en los últimos tiempos otros tantos habían ejercido ese derecho, algunos de manera intempestiva ante la vista de los demás, por lo que el estado redobló su presencia en el espacio que ella, y otros inmortales, habitaban.

Colette desconectó las pantallas traslúcidas que la rodeaban para salir a la cocina a prepararse una bebida caliente. La voz de la seguridad insistía, machacona, en la importancia de recordar la clave, de no permitirse renunciar a sus memorias. La misma prometía una expansión por si acaso el espacio garantizado por el estado había quedado insuficiente por lo que, remarcó, parecía "una vida interesante y agitada".

En el camino intentó recordar cómo activar la boquilla para calentar el agua, pero la generalidad se le escapaba.

Estaba consciente de que renunciar a la clave del repositorio era el último paso de un proceso concienzudo para abandonar la conciencia de su inmortalidad.

"¿Cuál boquilla?", terminó preguntándose.

Todos su años de repente se esfumaron. Colette fue consciente de ese momento. En pocos instantes olvidaría su nombre y, más adelante, cuando la seguridad invadiera su espacio, ella se preguntaría quiénes eran aquellos seres traslúcidos que tomaban su cuerpo y lo levantaban del suelo.

Desconocía cuál sería su fortuna después de ese momento.

-No entiendo-dijo el probador-cada vez que llego a este ámbito del juego, éste ingresa en un bucle que inutiliza el servidor.

-¿Has probado con soplar el cartucho?-le respondió su compañero mientras dejaba a su lado una taza de café-¡Quién iba a imaginarse que pasaran años encerrados jugando esa basura!

-Para eso nos pagan-replicó el probador, tomando la taza; tenía eones por delante para completar el videojuego en modo dificultad suprema.


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