§ Aunque pueda servir para impresionar a algunos, la noción de que la política y la moral son esferas separadas y estancas no muestra cosa distinta que ramplón pragmatismo, puerilidad o amateurismo filosófico, y resulta particularmente desconcertante cuando se escucha en círculos que se proclaman radicales, no menos de lo que sería toparse con un astrónomo que no creyese en la existencia de los astros. Si la moral no guarda relación con la política, mejor haríamos en dejar de hablar como si fuese imperioso combatir las opresiones de raza, sexo, clase, etc. Más todavía, mejor haríamos en dejar de hablar de injusticias y opresiones de una vez por todas. A pesar de que es espléndidamente superficial, el desprecio de la moral goza hoy de no poco prestigio en la izquierda culturalista, como legado, en buena medida, del pensamiento posmoderno, de su antiesencialismo, relativismo y rechazo de todo cuanto está emparentado con los conceptos de naturaleza, verdad, objetividad y universalidad. Paradójicamente, sin embargo, al tiempo que esa izquierda desdeña la reflexión moral y la cede a la contraparte conservadora, su discurso se hace más y más puritano — un puritanismo que encuentra suelo propicio en distintas formas de pseudoradicalidad: en el repudio de la política y el confinamiento de la militancia a la esfera privada y la subjetividad; en la celebración ensimismada de la "autonomía" de los movimientos sociales y la renuncia a disputar el poder del Estado, o en la escrupulosidad hiperbólica que se opone a las transigencias propias de la construcción de coaliciones que, a su vez, exige cualquier proyecto contrahegemónico. Fórmulas distintas, pero que comparten el histrionismo y el alarde afectado de la defensa de los principios. Ambas cosas acaso están relacionadas. Es harto plausible que el abandono de la moral, la incapacidad de tomarla en serio, haya contribuido a la diseminación de ese ethos puritano, del mismo modo en que muchas veces es un afán inmoderado y poco inteligente por no dejarse engañar lo que hace a las personas crédulas de las teorías conspirativas más absurdas. Bien haríamos, pues, en empezar a remediar esa falencia.


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