Más allá de lo que expresamos con nuestros labios.
June 1, 2024•1,665 words
Hoy en día nos hemos especializado en la adoración. Nos preocupa como ser mejores adoradores o como llevar una “buena” adoración en el servicio de la Iglesia. Incluso, existen libros y cursos sobre Adoración. Todo esto responde al contexto de la experiencia cúltica o congregacional. Es decir, cuando los creyentes se reúnen en sus congregaciones locales o en algún evento para adorar. De ahí el surgimiento de tantos ministerios de adoración en nuestras iglesias con sus respectivas liturgias.
No cabe duda que esto ha estimulado la excelencia musical, la integridad de las canciones y una adoración Cristo céntrica. Todo esto está muy bien. De hecho, de alguna manera estamos emulando al salmista David, quien muchos siglos antes llevó la adoración a nuevos niveles en la experiencia cultica. La llevó del ritual a la expresión del corazón por medio de salmos, cánticos y alabanzas. Una expresión de gozo e incluso profética. Él estableció y organizó la adoración como ministerio en lo que se conoció como el Tabernáculo de David, que posteriormente sería el modelo a seguir en el templo de Salomón. David fue un adorador que se preocupó por llevar la adoración a otro nivel.
Pero ¿Qué estamos alcanzando hoy en día? Hoy parece que hemos alcanzado el nivel de “profesionales” de la adoración. Nuestros templos parecen salas de conciertos con luces y todo tipo de efecto. Hay todo una “parafernalia” relacionada con la adoración para que nos sintamos bien y estimulados a adorar. ¿Habrá algo malo en eso? Todo depende. Depende de la actitud del que adora y de donde está su corazón. Porque no es tanto lo externo como interno, lo importante. Depende de si nuestra dependencia está en un que (todo lo que es accesorio para la adoración) o en un quién (esto es, en nuestro Señor Jesucristo) quien debe ser el centro de nuestra adoración. Si recuerdan a la mujer Samaritana, ella discutía con Jesús por el aspecto externo de la adoración. ¿Dónde se tenía que adorar? Le preocupaba el andamiaje de la adoración. Jesús le dejo muy claro que el asunto fundamental no tenía que ver con lo externo, sino con el corazón.
No estoy menospreciando las prácticas litúrgicas de adoración. A través de la historia de la iglesia, la adoración ha estado presente y se ha manifestado de diferentes formas. Sin embargo, hay algo que no podemos perder de vista. Siempre existe la posibilidad de caer en una adoración superficial. Una adoración que, en lugar de honrar a Dios de corazón, lo honre solo de labios con un corazón alejado de él.
Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Mateo 15:8
Esto es cuando la adoración se convierte en un asunto ritual y externo. Ese es el mayor peligro del cual debemos cuidarnos. Es el peligro de poner nuestra confianza en lo externo y olvidarnos de que el verdadero altar de la adoración se enciende en nuestro corazón.
Eso me lleva a pensar en un aspecto medular de la adoración y es que la esencia de una verdadera adoración es obediencia. Es en este punto dónde nos desligamos de lo que es la adoración como liturgia o expresión musical para ir a algo mucho más profundo.
La verdadera adoración se traduce en obediencia. Obediencia a la voluntad del Padre. De ahí que la Escritura nos dice:
Más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Juan 4:23
La verdadera adoración no es una de solo expresiones físicas, sino que va más allá, es más profunda. Es una adoración espiritual y una adoración genuina. La verdadera adoración se manifiesta en acciones.
Por lo tanto, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Jesús, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que confiesen su nombre. Hebreos 13:15
La adoración comienza cuando reconocemos quién es Dios, que él ha hecho por nosotros y quienes somos ahora gracias a lo que él ha hecho. Más aún es la declaración de que Cristo Jesús es el Señor Hebreos 13:15, Romanos 10:9. Hay una gran diferencia entre reconocer que Cristo es el Señor y reconocer que Cristo es mi Señor. Cuando reconozco que él es mi Señor y lo tengo como Señor de mi vida, eso impacta todo lo que soy. Ya no se trata de decir solo algo bonito, sino de vivir de acuerdo a lo que declaro.
A muchas personas les gusta el Cristo Salvador, pero no permiten que el Cristo Señor gobierne sus vidas. Pablo dice algo muy interesante en Romanos 10:9 «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» El confesarlo como Señor significa que le entregas todo, que le cedes todos los derechos de tu vida a Cristo, que ya no vives para ti sino para él. Es ahí donde la adoración ya no es solo la expresión de labios, sino que también es la manifestación de una vida en la voluntad de Dios. Es en ese momento que tú propia vida se convierte en adoración que agrada al Señor. Eso es obediencia.
Obediencia es adoración. No hablamos de obediencia impuesta o forzada. Tampoco de obediencia que responde al miedo o a la tiranía. Es obediencia por amor. Es obediencia que responde al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Obediencia que responde a la gracia recibida.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.» 1 Juan 4:10
Cristo Jesús fue el mayor ejemplo de esta adoración al Padre cuando se sometió en obediencia absoluta a la voluntad del Padre.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:5-8
El patriarca Abraham manifestó la adoración por medio de la obediencia. Dios le dio a Abraham la orden de sacrificar a Isaac, su único hijo. La orden parecía contradictoria e injusta. Isaac era el hijo prometido en el cual se cumplirían las promesas dadas a Abraham. A pesar de ello, Abraham obedeció porque había aprendido la adoración de la obediencia. Ese es el tipo de adoración que muchas veces no gusta, porque implica negarse a sí mismo. Abraham había aprendido a confiar en Dios, aun cuando lo que Dios pedía lo llevaba en una dirección aparentemente contraria.
Cuando Abraham llego al monte donde tendría que sacrificar a Isaac, les dijo a sus criados: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros. Vemos aquí como la adoración y la obediencia se convirtieron en uno. Tanto Abraham como Isaac fueron obedientes manifestando la esencia de una verdadera adoración. Cuando estás dispuesto a no aferrarte a nada que Dios te pida, incluso si eso representa tu propia vida, esa es la mayor evidencia de una verdadera adoración.
Hay un tipo de adoración que no se puede medir por lo que sale de nuestras bocas o por lo que hacemos en un servicio. Esa adoración Pablo la pone de esta manera en Romanos 12:1 “Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios!” Es la adoración del que muere. Gálatas 2:20, Romanos 6:6-11.
La Escritura dice que al Señor le agrada más la obediencia que los sacrificios. 1 Samuel 15:22. Sin embargo, muchas veces dejamos de lado la obediencia y nos complacemos en nuestros «sacrificios». Los sacrificios aquí pueden representar nuestras liturgias, nuestras formas, nuestras costumbres religiosas. Hay muchas cosas que tal vez defendamos celosamente, sin embargo, no tienen valor alguno cuando no vivimos en obediencia a Dios. A veces es más fácil «defender» a Dios que obedecerlo. Es más fácil discutir sobre asuntos teológicos que obedecerlo. Nada de lo que podamos hacer tendrá valor, si no tenemos la verdadera adoración que es la obediencia. No se trata de la obediencia a ritos, formas o sistemas. Se trata de la obediencia a una persona, Cristo Jesús nuestro Señor. ¿Es Jesucristo tu Señor o estás en las de pasar el tiempo en la Iglesia y disfrutar el momento?
Vivir en obediencia significa responder a la vida de Cristo en nosotros. Es una vida que se conforma a la voluntad del Padre. Es la nueva naturaleza que está en cada hijo de Dios. Obediencia es seguir la verdad de Cristo. Jesús dijo: “El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir.” Juan 14:23.
Queremos ser verdaderos adoradores, sigamos el ejemplo de Cristo y ofrezcámonos nosotros mismos en obediencia al Señor.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:5-8
Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Gálatas 2:2