Edificados como Casa Espiritual y Sacerdocio Santo.
August 30, 2024•1,008 words
Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 1 Pedro 2:4–5
Hay una poderosa verdad que encontramos en la Palabra de Dios. Es un llamado, una invitación a acercarnos a Cristo, la “Piedra viva”, y a ser edificados como una “casa espiritual y sacerdocio santo”. Esta es una verdad que no solo nos fortalece en tiempos de prueba, sino que nos da una visión clara de quiénes somos en Cristo y cuál es nuestro propósito en este mundo.
Acércate a la Piedra Viva
El apóstol Pedro, en su primera carta, nos exhorta a acercarnos a Cristo, quien es la “Piedra viva”. Esta piedra, aunque rechazada por los hombres, es escogida y preciosa para Dios. ¡Qué maravilloso es saber que aunque el mundo nos rechace, Dios nos considera preciosos y escogidos en Cristo! Cristo es la roca de nuestra salvación, la fuente de vida eterna, el fundamento sobre el cual se construye nuestra fe.
La piedra viva no es una simple figura poética; es una realidad espiritual profunda. Cristo no solo murió y resucitó, sino que vive para siempre, y nosotros, al acercarnos a Él, participamos de esa vida eterna. Pero este acercamiento no es solo un acto inicial de fe; es un llamado a una relación continua, a un crecimiento constante en nuestra vida espiritual.
Ser Edificados como Casa Espiritual
Hermanos, no solo se nos llama a acercarnos a Cristo, sino también a ser edificados. Dios está construyendo algo hermoso y eterno en cada uno de nosotros. Somos piedras vivas, llamadas a formar una casa espiritual, un templo en el que Dios mismo habita. Este es un proceso de transformación, de crecimiento, de edificación.
El templo físico de Jerusalén, que alguna vez fue el centro de la vida religiosa de Israel, fue destruido, pero Dios no dejó de construir. Ahora, en el Nuevo Pacto, Él está edificando una casa espiritual, una iglesia, que no está limitada por paredes de piedra, sino que se extiende a todos los que creen en Cristo. Esta casa espiritual es indestructible, porque está fundamentada en Cristo, la roca eterna.
En esta edificación, cada uno de nosotros tiene un lugar. No somos solo espectadores en la obra de Dios; somos participantes activos. Somos llamados a crecer, a madurar, a ser conformados a la imagen de Cristo. Esta edificación es un proceso continuo, que ocurre mientras permanecemos en Cristo y dejamos que Él nos transforme.
Un Sacerdocio Santo
Además de ser edificados como casa espiritual, somos llamados a ser un “sacerdocio santo”. En el Antiguo Testamento, Israel fue llamado a ser un reino de sacerdotes y una nación santa, pero fracasaron en cumplir con este llamado. Ahora, en Cristo, la iglesia, compuesta por todos los creyentes, ha recibido este llamado. Somos sacerdotes de Dios en este mundo, con la tarea de representar a Dios ante los hombres y de interceder por los hombres ante Dios.
Pero este sacerdocio no se basa en los sacrificios físicos de la ley antigua. Cristo, nuestro sumo sacerdote, ha ofrecido el sacrificio perfecto una vez y para siempre. Sin embargo, como sacerdotes en el Nuevo Pacto, estamos llamados a ofrecer sacrificios espirituales, que son aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Estos sacrificios espirituales son la expresión de la gracia de Dios en nuestras vidas.
Sacrificios Espirituales que Agradan a Dios
¿Qué significa ofrecer sacrificios espirituales? El Nuevo Testamento nos da una visión clara de lo que estos sacrificios son:
Ofrecer nuestras vidas: Romanos 12:1 nos llama a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Esto es un acto de adoración espiritual. Cada día, estamos llamados a entregar nuestra vida a Dios, a vivir para Él en todo lo que hacemos.
El sacrificio de alabanza: Hebreos 13:15 nos exhorta a ofrecer continuamente sacrificio de alabanza a Dios, el fruto de labios que confiesan su nombre. Nuestras palabras, nuestras alabanzas, son sacrificios que agradan a Dios.
Buenas obras: Hebreos 13:16 nos recuerda que hacer el bien y compartir con los demás son sacrificios que agradan a Dios. Nuestras acciones deben reflejar la gracia de Dios en nosotros.
Compartir nuestras posesiones: En Hebreos 13:16, vemos que compartir con los necesitados es un sacrificio que agrada a Dios. No solo se trata de dar de lo que tenemos, sino de hacerlo con un corazón dispuesto y generoso.
El sacrificio del servicio: Pablo, en Romanos 15:16, describe su ministerio a los gentiles como una ofrenda sacerdotal a Dios. Nuestro servicio a los demás, especialmente en la proclamación del evangelio, es un sacrificio espiritual que agrada a Dios.
Todo por Medio de Cristo
Es crucial recordar que estos sacrificios, aunque espirituales, no son perfectos en nosotros. Todo lo que hacemos es imperfecto, pero gracias a Cristo, quien es nuestro mediador, nuestras ofrendas son purificadas y presentadas ante Dios como un aroma agradable. ¡Qué gran misericordia es esta! Cristo quita nuestras imperfecciones y nos permite ofrecer a Dios sacrificios que son aceptables y agradables a Él.
Nuestra Identidad en Cristo
Hoy se nos recuerda quiénes somos en Cristo: piedras vivas, un sacerdocio santo, una casa espiritual en la que Dios habita. Estamos siendo edificados día a día, y tenemos la responsabilidad de vivir como sacerdotes en este mundo, ofreciendo sacrificios espirituales que glorifiquen a Dios.
No olvidemos que somos parte de algo más grande que nosotros mismos. Somos parte del cuerpo de Cristo, la iglesia, y cada uno de nosotros es necesario en esta obra. No somos una piedra suelta, sino que estamos unidos, edificados juntos como morada de Dios.
Cada día, mientras vivimos nuestra vida de fe, recordemos que somos llamados a manifestar la gracia de Dios a través de nuestros sacrificios espirituales. Que nuestras vidas, nuestras palabras, nuestras acciones y nuestro servicio sean una ofrenda agradable a Dios, todo por medio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.