Intimidades divinas.

Vino luego esta palabra de Jehová a Samuel: Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha cumplido mis palabras. Se apesadumbró Samuel y clamó a Jehová toda aquella noche. 1 Samuel 15.10–11

Estos versículos, perdidos en el dramático relato de la segunda desobediencia de Saúl, casi pasan desapercibidos. El genio del historiador, no obstante, lo llevó a insertar en medio de un relato netamente carnal, una mirilla que nos permite ver por un instante lo que estaba pasando en el plano espiritual de esta anécdota. Cuando nos detenemos, como espectadores, en este segundo escenario, no podemos dejar de sentirnos atraídos por la extraordinaria intimidad del cuadro que presenta.

Observe el tono de este intercambio entre Dios y su profeta. El comentario tiene todas las características de una confidencia entre dos amigos, acostumbrados a revelar los sentimientos más íntimos de su corazón. Como quien habla de igual a igual, el Señor abre su corazón y comparte su desilusión con Samuel. Más allá del tono triste de la confesión, está el tremendo hecho de que Samuel fuera partícipe de esta revelación. No es la clase de intimidad que el Señor compartiría con cualquiera. Vemos, sin embargo, que Samuel gozaba de una cercanía a Jehová que le daba acceso a los aspectos más secretos y misteriosos del Señor.

La reacción de Samuel nos revela la esencia de lo que significa conocer de cerca los proyectos de Dios. La misión a la cual hemos sido llamados depende absolutamente de nuestra capacidad de discernir las cosas que son importantes para el Señor. En la cercanía a su persona comenzamos a percibir cuáles son los anhelos de su corazón, cuáles los deseos más profundos de su espíritu y por cuáles cosas Dios realmente se conmueve. Descubrimos que aquellos proyectos y objetos que nosotros muchas veces consideramos importantes no siempre coinciden con las prioridades de nuestro Padre Celestial.

Quien no percibe los deseos del corazón de Dios, está condenado a improvisar proyectos para agradarle.

Y si somos honestos, esto es, en gran medida, lo que ocurre en nuestros ministerios. Al no tener una idea clara de cuáles son los deseos y anhelos de Dios para la congregación que estamos pastoreando, vivimos inventando emprendimientos que esperamos sean de su agrado. De esta manera, la iglesia es activa, pero no siempre conforme a las obras que él ha preparado para ella.

Cristo, en los días de su ministerio terrenal, afirmó: «De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente» (Jn 5.19). ¿Y cómo se enteraba de lo que estaba haciendo el Padre? Justamente en experiencias como las de Samuel, momentos de cercanía en los cuales percibía el latido del corazón del Padre, y veía los lugares donde el Padre estaba trabajando.

Reflexionemos:

Para nosotros, como líderes, es fundamental que nos hagamos de esos espacios en los cuales podemos hacer silencio para prestar atención a lo que carga el corazón de nuestro Padre Celestial. ¡De esa revelación depende la eficacia de nuestro ministerio! ¿Tiene tiempo para escuchar las intimidades de nuestro Padre Celestial?

Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. Desarrollo Cristiano Internacional.

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