Un Oasis en la Sequía: Encontrando Ánimo en la Aridez Ministerial

Sabemos que el camino del ministerio no siempre está bañado por el sol de la victoria, ni adornado con los laureles del éxito terrenal. A veces, la aridez del desierto se apodera del panorama ministerial, dejándonos con un corazón sediento de resultados, y un espíritu cansado por la aparente falta de fruto.

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Si hoy te encuentras atravesando este valle de sombra, quiero recordarte que no estás solo. Muchos siervos fieles a lo largo de la historia bíblica, y en la actualidad, han caminado esta misma senda. Incluso nuestro Señor Jesús, experimentó la frustración de ver a algunos de sus discípulos alejarse (Juan 6:66), y la agonía de sentirse abandonado por su Padre en la cruz (Mateo 27:46).

Entiendo la frustración que embarga tu corazón. Has sembrado la semilla del Evangelio con fidelidad, has regado con lágrimas de intercesión, y has esperado con la esperanza puesta en el Señor, pero la cosecha parece no llegar. Los números en los bancos no cuadran, el rebaño parece dispersarse, y la llama de la pasión por las almas parece atenuarse con el viento gélido de la decepción. Es en estos momentos de aparente esterilidad espiritual donde el enemigo de nuestras almas, como león rugiente, busca devorar nuestra fe y sumirnos en la desesperanza (1 Pedro 5:8).

Sin embargo, quiero invitarte a levantar la mirada y recordar la fidelidad inquebrantable de nuestro Dios. Él es el mismo ayer, hoy y por siempre (Hebreos 13:8). Sus promesas son sí y amén en Cristo Jesús (2 Corintios 1:20). Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación (Habacuc 3:17-18).

En medio de la sequía, Dios tiene un oasis de ánimo para ti. No se trata de un espejismo que se desvanece al acercarte, sino de un manantial de agua viva que brota para vida eterna (Juan 4:14).

A continuación, comparto contigo algunas reflexiones, basadas en la sabiduría bíblica y en la experiencia de otros siervos de Dios, que te ayudarán a encontrar aliento y renovar tu fuerza en medio de la aridez ministerial:

  • Enfócate en la gratitud y la confianza en Dios: En los momentos de frustración, es fácil enfocarse en lo que falta, en los resultados que no vemos, en las metas que no alcanzamos. Sin embargo, la Biblia nos invita a dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para nosotros en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:18). Dedica tiempo a agradecer a Dios por lo que sí tienes: tu familia, tu salud, la oportunidad de servirle, las almas que se han añadido a la iglesia, por pequeña que sea la congregación. Al enfocar tu mirada en las bendiciones, por pequeñas que parezcan, tu corazón se llenará de gratitud y podrás renovar tu confianza en la fidelidad de Dios.

  • Acepta tus limitaciones y apóyate en la gracia de Dios: Es fácil caer en la trampa de compararnos con otros ministros y sentirnos inadecuados o "torpes espiritualmente". Sin embargo, es fundamental recordar que Dios no nos llama por nuestras capacidades, sino por su gracia y misericordia. Él usa vasos de barro para manifestar su gloria (2 Corintios 4:7). Reconoce tus debilidades, acércate al trono de la gracia con humildad (Hebreos 4:16), y permite que el poder de Dios se perfeccione en tu debilidad (2 Corintios 12:9).

  • Concéntrate en la comunión con Dios: La búsqueda de experiencias espirituales profundas, aunque loable, puede convertirse en una fuente de frustración si no se fundamenta en una relación diaria e íntima con Dios. Cultiva el hábito de la oración constante (1 Tesalonicenses 5:17), el estudio devocional de la Palabra (Josué 1:8), y la meditación en sus preceptos (Salmo 1:2). Es en la quietud de su presencia donde encontrarás la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), y la dirección que tanto anhela tu corazón.

  • Cultiva la paciencia y la perseverancia: Vivimos en una cultura de la inmediatez, donde se espera que todo suceda de manera rápida y eficiente. Sin embargo, el Reino de Dios no se rige por nuestros tiempos, sino por los tiempos perfectos de Dios (Eclesiastés 3:11). La obra del ministerio, así como la siembra y la cosecha, requiere paciencia, perseverancia y fe inquebrantable en aquel que prometió: "No te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5).

  • Practica el desapego de las expectativas: Es natural tener expectativas sobre cómo debería ser nuestro ministerio y nuestra vida espiritual. Sin embargo, cuando estas expectativas se convierten en exigencias rígidas, nos exponemos a la decepción y al desánimo. Es esencial aprender a soltar el control y confiar en la soberanía de Dios, quien tiene planes de bien para nosotros, aunque no siempre coincidan con nuestros planes (Jeremías 29:11).

  • Celebra los pequeños logros: En la vorágine del ministerio, es fácil pasar por alto las pequeñas victorias que Dios nos concede a diario. La fidelidad de un hermano que ofrenda con alegría, la conversión de un alma, el crecimiento en la fe de un discípulo, la respuesta a una oración, son motivos de gozo y celebración. Aprende a reconocer y agradecer a Dios por cada pequeño paso que se da en la dirección correcta.

  • Desarrolla tu don: Dios te ha dotado de dones y talentos únicos para servirle. Identifica esos dones, desarróllalos con diligencia y úsalos para la edificación del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:7).

  • Busca apoyo en la comunidad: El camino del ministerio puede ser solitario, pero no tiene por qué serlo. Busca el apoyo de tu esposa o esposo, de otros pastores, de mentores espirituales o de un grupo pequeño de confianza. Compartir tus luchas, tus frustraciones y tus alegrías con otros hermanos te ayudará a procesar tus emociones, a recibir consejo sabio y a fortalecer tu fe. Recuerda que somos miembros los unos de los otros (Romanos 12:5) y que necesitamos del apoyo mutuo para perseverar hasta el final.

Querido pastor, líder, hermano: no te rindas. No desmayes en hacer el bien, porque a su tiempo segarás si no te cansas (Gálatas 6:9). El Señor está contigo. Él conoce tu fatiga, tus lágrimas, tus desvelos. Levanta tus manos caídas y afirma las rodillas débiles. No te has movido en vano, ni has trabajado en vano (Isaías 49:4). Tu labor en el Señor no es en vano. Sigue adelante, con la mirada puesta en Jesús, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2).

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