Sesión 0

No levantaba el sol un palmo del horizonte cuando en la isla de La Palma empezó a sonar el repicar de las campanas. Otrora, ese sonido solo podía significar una cosa: alerta roja, enemigo a la vista acechando la costa. Sin embargo, desde que el imperio se consolidó, La Palma ya no cargaba con la tensión de ser una isla fronteriza. Esto había llevado a sus buenas gentes a costumbres más sosegadas. Abundaba la cerveza y la comida isleña gozaba de gran fama. Seguía habiendo soldados, eso sí, a las órdenes de la dinastía Montes. El actual monarca, Ocaso, se encontraba en una tesitura complicada. Por vez primera en una centena de años el torneo de Los Regidores lo había ganado otro clan. Ni más ni menos que un clan de tribus Guanches. Leonis la Brava, que ostentaba el título de líder Guanche, se encontraba a escasas horas de tomar posesión de la gobernanza de la ciudadela, con todo lo que ello conllevaba.

En la sala de entrada a la fortaleza de la guardia, un extraño grupo de cuatro personas eran recibidos por dos siervos de los Montes.
—Así que queréis participar en el torneo de homenaje —una mirada de poca aprobación escudriñaba al peculiar grupo. En pocas ocasiones se juntaban en grupos las diferentes razas a lo largo y ancho del imperio. Seguramente un grupo de criminales o renegados que no tiene a dónde ir—. ¿Tú qué opinas, barrigón?

—¿Y a mí qué más me da? Déjales en paz, sus motivos tendrán —el guardia se acercó al único humano del grupo—. Tú pareces diestro en combate. ¿Me equivoco?

Yieth Ovejanegra echó una mirada al dracónido que tenía al lado, colocó la mano en su hombro y volvió la vista de nuevo al guardia.

—Son unas cuantas ya las veces en las que hemos escapado de la muerte.

El guardia, que no había reparado en el miedo que inspiraba el dracónido, dirigió su mirada a él.

—¿Es eso cierto? —preguntó con una voz algo más temblorosa de lo que querría.

—Así es —respondió este—. Y las veces que todavía están por venir.

—Muy bien, muy bien —interrumpió el primer guardia—. Decid vuestros nombres a mi compañero para que deje registro de vuestra participación y acompañadme. Os mostraré el lugar donde combatiréis más tarde. No me juzguéis, es extraño ver un grupo con un humano, un mediano, un dracónido y un elfo. No es algo que se vea todos los días. Por lo menos en La Palma.

—¡Zalzin! ¡¿Zalzin?!

Un mensajero se acercó a toda prisa.

—Aquí —el mediano del grupo alzó la mano para que lo viera—. Yo soy. ¿Qué ocurre?

El mensajero, contento de haberlo encontrado, descansó un momento con las manos sobre las rodillas, recuperando el aliento. Cuando se recompuso se acercó al mediano y se agachó para decirle algo al oído. Zalzin, que no esperaba ningún mensaje, fue abriendo los ojos cada vez más según oía el mensaje.

—He de marcharme —exclamó con toda urgencia—. ¡Volveré a tiempo para el torneo!

Willem, el elfo, asintió con la cabeza con gesto tranquilo y el mediano salió de la sala corriendo como alma que lleva el diablo.

El guardia barrigón, impaciente, se acercó a la mesa que había en un lateral de la sala, junto a la pared, tomó un cuerno y lo sumergió en una gran tinaja.

—¿Cerveza? —preguntó alzando el cuerno hacia los restantes miembros del grupo.

Willem y Yieth negaron con la cabeza mientras que Shoki se acercó a la mesa apartando al guardia y llenó dos cuernos a rebosar de cerveza. De un trago, los vacío uno tras otro saciando una sed que llevaba horas molestándole.

Tras dejar sus nombres en el registro de participación, los guardias acompañaron al resto del grupo al patio principal. En él se encontraban realizando todos los preparativos necesarios los guardias de rango más bajo.

—¡Atención! Eh, vosotros cuatro —gritó el guardia mientras bajaba las escaleras hacia el patio—. Dejad eso y venid aquí. Vamos a hacer una pequeña pruebecilla.

Los guardias, que se veían venir un mal rato, suspiraron con desgana y se pusieron en posición de combate.

—No los maltratéis —les indicó el guardia—. Mucho...

A la velocidad del rayo, Willem dio un paso atrás y, con un grácil salto, se encaramó a la muralla y permaneció atento, controlando la situación desde cierta altura. Entretanto, Yieth se acercó a uno de los guardias con una daga en cada mano. Con cierta sorna, lanzó un golpe con la empuñadura de una de las dagas hacia el arma de su objetivo. El guardia, que había visto venir la maniobra, se apartó para esquivar el golpe, lo que hizo a Yieth perder el equilibrio y chocar con la lanza del guardia que se encontraba más próximo. Shoki, perdido en el trance de la batalla, tiró sus hachas al suelo y, con un grito de guerra, se acercó corriendo a uno de los guardias y le encajó el puño en las costillas tumbándolo de un solo golpe. Con la furia en los ojos, dirigió su mirada hacia otro de los guardias. Este, que acababa de ver cómo tumbaban a su compañero de un solo golpe, rompiéndole varias costillas probablemente en el proceso, levantó las manos y se puso de rodillas. Con un poco de suerte se podría librar de pasar unos meses en cama.

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Yieth, que yacía en el suelo tras su caída, consiguió ver venir el ataque de su oponente a tiempo para, con una patada al aire, moverse para esquivar el golpe y recobrar la compostura. Tan a prisa como pudo, guardó una de las dagas para sacar su estoque y, con un giro ágil y firme, colocó la punta del estoque a un palmo de la garganta de su oponente mientras acercaba la daga por detrás a su nuca. Un rayo helador cruzó a toda velocidad el patio y pasó lo suficientemente cerca de uno de los guardias como para que temiera por su vida.

—¡¡Basta!! —gritó acercándose a la refriega el guardia que estaba al cargo—. Es suficiente por ahora. Seguro que preferís guardar vuestras energías para esta tarde. ¿No es así?

Willem se deslizó suavemente muralla abajo y se acercó a los demaś. Los guardias, aliviados de que el juego terminara, posaron su mirada en Shoki.

—Nos vendrían muy bien vuestras habilidades en la guardia —apuntó uno de ellos.

Shoki emitió un suave rugido más molesto con que terminase la pelea que respondiendo a las palabras de elogio de los guardias. Pero estos, que se sentían intimidados por lo que acababan de ver hacer al dracónido, volvieron al trabajo donde se encontraban algo más seguros. Shoki, por su parte, sentía curiosidad por la magia de Willem. Se giró hacia el elfo y le miró a los ojos.

—Con tu hielo y mi fuego, Willem, estamos destinados a grandes cosas.

—Así sea —respondió el elfo aún impactado por la fuerza y el arrojo del dracónido.

Yieth, que se encontraba estrechándole la mano a su ya liberado oponente, se despidió y se acercó a sus compañeros.

—Existe un término en dracónido —empezó dirigiéndose a Willem—, urnati, cuyo significado es hermano de camada. Compañero.

—Ya veo —respondió el elfo tras esbozar una media sonrisa—. Urnati, entonces.


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