De pajas y fetichismos

En una de sus columnas publicadas en Libération y luego compiladas en Un apartamento en Urano, P. B. Preciado relata haber descubierto "con sorpresa", al leer sus diarios, a una Virgina Woolf más preocupada por su atuendo que por las huelgas de mineros que entonces agitaban a Inglaterra; inquieta por la venta de sus libros y no por la violencia de la policía londinense contra los trabajadores ferroviarios movilizados; atribulada porque alguien le dijo que no estaba guapa pero incapaz de reflexionar sobre los conflictos económicos y políticos que desatarían la guerra solo unos pocos años después. Pero ¿por qué habría de sorprendernos esto? La apatía política de Woolf, a lo sumo, choca con nuestro imaginario ilustrado que, contra toda evidencia, nos quiere hacer pensar -a nosotros, buenos letrados- que eso que unilateralmente llamamos cultura y conocimiento de alguna manera constituye una garantía del bien. En cualquier caso, sí que debemos dejarnos interpelar por la pregunta que se hace Preciado al reflexionar sobre los diarios de Woolf: "¿por qué es tan difícil estar presente frente a lo que sucede?".

La respuesta no encubre misterio alguno. Simplemente no podríamos llevar estas vidas pequeñoburguesas nuestras sin eso que Zizek llama negación fetichista: "Lo sé, pero me rehúso a asumir completamente las consecuencias de lo que sé, para poder continuar actuando como si no lo supiera". Estar presente frente a lo que sucede es tan difícil porque si lo estuviéramos, sencillamente, no podríamos seguir viviendo igual; nos obligaríamos a tratar de transformar el mundo. Esto, me parece, mucho tiene que ver con el que hoy la 'izquierda', derrotada e incapaz de asumuir esa tarea, opte cada vez más por reivindicaciones y agendas que no exigen sino gestos, alardes de virtuosismo moral y de angustiada indignación.

Tenemos que recordarnos que, muchas veces, cuando el dolor ajeno y la injusticia nos conmueven no hay en ello más que un acto masturbatorio. Hasta para eso (¿o sobre todo para eso?) necesitamos mayor sentido ético. Al refrán que dice que peor que facho convencido es un comunista arrepentido, deberíamos añadir que un izquierdista pajuelo no es mejor que un burgués impertérrito.


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