La izquierda y la lucha de clases

Una de las críticas constantemente levantadas —y desde hace varias décadas ya— contra el marxismo y, más ampliamente, contra el socialismo o la 'izquierda tradicional' es su priorización de las reivindicaciones de clase. La acusación es que esta primacía teórica y política de la contradiccón entre capital y trabajo pierde de vista una multiplicidad de luchas que son también cruciales para una agenda verdaderamente emancipatoria, como las reivindicaciones anticoloniales o antiimperiales, antiracistas, ecológicas, feministas u otras relacionadas con el sexo y el género. Ninguno de estos ejes, según corre el argumento, debe tener prioridad sobre los demás; todos deben estar al mismo nivel. La priorización de las cuestiones de clase, en suma, no sería solo equivocada porque la clase no tiene precedencia ni analítica ni política, sino porque la operación misma de dar prioridad a ese o a cualquier otro eje iría en perjuicio de un proyecto radical.

(Cierto es que en distintas instancias la izquierda ha ignorado esta clase de demandas, aunque el récord histórico también muestra que la izquierda ha sido un nicho muy importante de activismos relacionados con esas otras luchas.)

Dos observaciones sencillas respecto a esa tesis. La primera es que priorizar una cosa no significa desatender o ignorar todas las demás. Que uno le conceda más atención a algo no significa dejar de hacer otras cosas importantes: si mi prioridad en un momento dado es sacar adelante mis estudios, no se sigue que desatenderé mi salud, por ejemplo, o que no pasaré tiempo con mi familia y amigos. De hecho, sin salud y una vida familiar sana, etc., es probable que mis estudios se vean afectados. Pero, además, es que todo en la vida, de hecho, funciona por exclusión: hacer una cosa ahora mismo implica dejar de hacer otra. Difícilmente podremos tener éxito en en cualquier tipo de empeño sin un orden de prioridades. Algo análogo es cierto en la política.

La pregunta, entonces, es qué se justifica priorizar y cómo hacerlo. Chibber, en su Confronting Capitalism (2022), señala que la izquierda centra su atención en las reivindicaciones de la clase trabajadora, no por una predilección moral o ideológica, sino porque (1) esta abarca a la mayoría de la población; (2) dada su situación de precariedad, inseguridad económica y falta de autonomía, la clase trabajadora tiene altos incentivos para buscar transformaciones en una dirección progresista; y (3) porque dada su ubicación estructural en el sistema capitalista, cuando logra organizarse y actuar colectivamente, de hecho tiene la capacidad de generar transformaciones.

No solo no hay ningún otro actor social que reúna estas condiciones; tampoco sobra anotar que la clase trabajadora está compuesta por mujeres y otras minorías sexuales, por gentes de todas las razas y religiones, por la mayoría de la población en las sociedades del Norte y el Sur Global, etc. Las reivindicaciones de estos grupos no pueden ser resueltas sin una agenda de clase que permita una redistribución del poder político y económico en lo local y en lo global. Algo perentoriamente evidente, por lo demás, respecto de la crisis ecológica que vive la humanidad.

En síntesis, si estas premisas son ciertas, priorizar las contradicciones de clase no tiene por sí mismo nada de malo, no implica necesariamente dejar de lado otros ejes de reivindicación y, más aún, es necesario para jalonar la multiplicidad de demandas de un sujeto colectivo popular amplio y plural. El reto está, más bien, en la construcción de una cultura democrática dentro de y entre las organizaciones y los movimientos que pueda canalizar esfuerzos hacia los objetivos comunes más urgentes, pero de manera acorde a la pluralidad de actores y intereses que en ellos convergen.


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