Un Pacto Inquebrantable.

Descubriendo la Profundidad de la Amistad con Jesús

Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. Juan 15:15

En el ajetreo diario, es fácil pasar por alto una verdad fundamental que da forma a nuestra fe: la extraordinaria realidad de una relación personal con Jesucristo. Pero, ¿cómo podemos comprender mejor la naturaleza de esta relación? El capítulo 15 del Evangelio de Juan ilumina nuestro camino con una perspectiva esperanzadora y llena de calidez: Jesús, en un gesto de profunda intimidad, nos llama amigos.

A menudo, caemos en la trampa de percibir nuestra conexión con Dios como un intercambio transaccional: seguimos sus mandamientos y, a cambio, recibimos bendiciones. Sin embargo, Jesús, con un corazón desbordante de amor, rompe con esta visión simplista. No somos meros siervos que obedecen órdenes sin comprender su significado profundo. Somos invitados a un nivel más profundo, a una conexión íntima y personal.

Jesús, en un acto de amor y confianza sin precedentes, decide compartir con nosotros todo lo que ha recibido del Padre. Nos invita a un compañerismo auténtico, a un espacio donde no existen secretos ni barreras, donde la vulnerabilidad y la honestidad son los pilares fundamentales. Al igual que un amigo cercano, Jesús nos abre las puertas de su corazón y nos permite conocerlo en la profundidad de su ser.

Esta amistad, sin embargo, no se construye sobre cimientos inestables, sino sobre la roca firme del amor incondicional, un amor que no se apaga ni se debilita ante nuestras imperfecciones y errores. Es un amor transparente, que no oculta ni disfraza la verdad, un amor que se entrega por completo sin esperar nada a cambio. Jesús nos amó de tal manera que entregó su propia vida por nosotros, demostrando así la máxima expresión de amistad, un acto de entrega y sacrificio sin igual.

El pasaje bíblico de Juan 15:15 nos recuerda esta hermosa transformación, este paso de siervos a amigos: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”.

Jesús utiliza la analogía del siervo para ilustrar la limitación de una relación basada únicamente en la obediencia. Un siervo, aunque fiel a su amo, no participa de sus pensamientos, planes o emociones. Su interacción se limita a recibir y ejecutar órdenes sin comprender el panorama completo.

La amistad con Jesús, por otro lado, nos introduce a una dinámica completamente diferente. Se trata de una relación bidireccional, de confianza mutua y transparencia absoluta. Como amigos, somos invitados a compartir los secretos del corazón de Dios, a comprender sus motivaciones y a alinear nuestras vidas con su voluntad.

Es importante recordar que esta amistad no busca la independencia, sino la interdependencia. Al igual que las ramas necesitan de la vid para recibir nutrientes y dar fruto, nosotros también dependemos de nuestra unión con Cristo para crecer y florecer en nuestro caminar espiritual.

La amistad con Jesús nos impulsa a la acción, a dar fruto. No se trata de un sentimiento pasivo o una mera contemplación. Al permanecer unidos a Él, como las ramas a la vid, recibimos la fuerza y el sustento necesarios para vivir una vida plena, llena de propósito y significado.

Al igual que en cualquier relación de amistad, la comunicación constante es fundamental. Debemos acercarnos a Jesús con confianza, compartiendo nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestras dudas y temores. Él está siempre dispuesto a escucharnos, a consolarnos y a guiarnos con su sabiduría infinita.

En los momentos de soledad o angustia, recordemos el pacto inquebrantable de amistad que Jesús ha establecido con cada uno de nosotros. En Él no solo encontramos un Salvador misericordioso, sino también un amigo fiel que nunca nos abandonará, un confidente que siempre estará a nuestro lado en cada paso del camino.

La amistad con Jesús es un regalo invaluable, un tesoro que debemos atesorar en lo más profundo de nuestro ser. Es una invitación a experimentar la plenitud del amor de Dios, a vivir en libertad y confianza, sabiendo que en todo momento, sin importar las circunstancias, tenemos un amigo fiel que nos ama incondicionalmente.

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