Gracia que nos levanta y nos sienta a la mesa del Rey.
August 27, 2024•766 words
A partir de ese día Mefiboset se sentó a la mesa de David como uno más de los hijos del rey. 2 Samuel 9:6-11
En 2 Samuel 9:1-11 se nos presenta un hermoso relato acerca de la misericordia y la gracia.
El rey David, al asumir el trono, quiso honrar una promesa hecha a su amigo Jonatán, quien ya había fallecido. Años atrás, Saúl, padre de Jonatán, persiguió implacablemente a David con la intención de matarlo. Dios había quitado el reinado a Saúl y escogido a David como su sucesor, lo que significaba que ningún hijo de Saúl ocuparía el trono.
A pesar de esta situación, David y Jonatán mantenían una amistad verdadera. Jonatán comprendió que David era el ungido de Dios para reinar, no él. Aunque Jonatán tenía el derecho por linaje, David lo tenía por la gracia divina.
Conociendo esto, Jonatán le pidió a David que, al convertirse en rey, mostrara misericordia hacia él y su familia, y que, en caso de que él muriera, extendiera esa misericordia a su descendencia. En aquel tiempo, era costumbre que el nuevo rey eliminara a todos los descendientes del rey anterior para evitar reclamos al trono por parte de sus rivales. Por esta razón, y por la amistad que los unía, Jonatán le hizo esta petición a David, estableciendo así un pacto con la casa de David.
David no olvidó la promesa ni el pacto que habían hecho, y llegó el momento de extender la misericordia a la casa de Saúl. David pudo haberse negado a mostrar clemencia porque Saúl había sido cruel con él; sin embargo, existía una promesa de por medio que le había hecho a su amigo y, aunque éste ya no estaba, él la cumpliría.
El cumplimiento de la promesa:
David preguntó si quedaba alguien de la casa de Saúl a quien pudiera mostrarle misericordia por amor a Jonatán. A través de Siba, antiguo siervo de Saúl, David supo que existía un descendiente llamado Mefi-boset.
¿Quién era Mefi-boset?
Mefi-boset, hijo de Jonatán, tenía cinco años cuando su padre murió. Según 2 Samuel 4:4, quedó lisiado al caer cuando huía con su nodriza para ponerse a salvo tras la muerte de Saúl y Jonatán a manos de los filisteos. Vivía en Lodebar, un lugar cuyo nombre podría significar "sin pasto", "sin palabra" o "sin comunicación".
David mandó traer a Mefi-boset y le devolvió todas las propiedades y siervos que habían pertenecido a Saúl.
Esta historia, además de conmovedora, es poderosa y nos invita a reflexionar sobre la gracia y la misericordia divinas.
1. El poder de un pacto:
Entre Jonatán y David existió un pacto, una promesa que David honró incluso después de la muerte de Jonatán.
Los pactos brindan garantías. El pacto entre Jonatán y David fue entre dos amigos, mientras que en Cristo se establece un Nuevo Pacto para acoger a los pecadores.
Este Nuevo Pacto se basa en promesas superiores, no temporales, sino eternas.
No se basa en méritos u obras, sino en la obra perfecta de Cristo.
Este pacto nos acerca a la presencia de Dios, nos convierte en hijos y nos devuelve la gloria divina. A través de él, recibimos lo que no merecemos: perdón, vida eterna, una nueva naturaleza, una nueva posición y poder para vencer al pecado.
2. La grandeza de la misericordia:
No merecíamos la misericordia divina. Estábamos en Lodebar, lisiados por el pecado, alejados de Dios en una tierra vacía, incapaces de acercarnos a Él. Por eso, Dios salió a nuestro encuentro. Efesios 2:4-5 y Santiago 5.11 señalan que Dios es rico en misericordia y compasivo.
La misericordia es compasión en acción: perdona y evita el castigo.
3. La manifestación de la maravillosa gracia:
El nuevo pacto no depende de nuestras obras, sino de la gracia divina.
La gracia es un favor inmerecido motivado por el amor de quien lo otorga.
Se nos concede por causa de Él, a pesar de nosotros mismos. Efesios 2:6 menciona que somos resucitados y sentados en los lugares celestiales con Cristo Jesús.
La gracia divina superó nuestro pecado, nos hizo hijos y nos sentó a la mesa. Ahora estamos sentados con Cristo. El Salmo 113:5-8 ilustra cómo Dios levanta al pobre y al necesitado, sentándolos con príncipes.
¿Quién como el Señor nuestro Dios, que tiene su trono en las alturas y se inclina para contemplar los cielos y la tierra? Él levanta del polvo al pobre y saca del basurero al necesitado; para hacerlos sentar entre príncipes, entre los príncipes de su pueblo.