¡Gracias a Dios por su don inefable!

La gracia de Dios es uno de los conceptos más importantes y centrales de la fe cristiana. Se trata del amor incondicional y gratuito que Dios nos muestra a través de su Hijo Jesucristo, quien murió en la cruz para perdonar nuestros pecados y darnos la vida eterna. La gracia de Dios no depende de nuestros méritos o esfuerzos, sino que es un regalo que solo podemos recibir por la fe.

Según el diccionario de la Real Academia Española, gracia es «el favor o ayuda que se hace sin merecimiento particular». En el ámbito teológico, la gracia se refiere al favor o ayuda que Dios nos hace sin que lo merezcamos, solo por pura bondad y misericordia. La Biblia usa varias palabras para expresar este concepto, como «hen» en hebreo y «charis» en griego, que significan «favor», «benevolencia» o «don».

La gracia de Dios se manifiesta de diversas formas en la historia de la salvación, desde la creación hasta la consumación de todas las cosas. Sin embargo, el punto culminante y definitivo de la gracia de Dios es la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. En él, Dios nos muestra su amor máximo, al entregar su vida por nosotros, para reconciliarnos con él y hacernos partícipes de su naturaleza divina (Jn 3:16; 2 Co 5:19; 2 P 1:4).

La gracia de Dios es, por tanto, el fundamento y el motor de nuestra salvación. No podemos salvarnos por nosotros mismos, ni por nuestras obras o nuestra religiosidad. Solo podemos ser salvos por la gracia de Dios, que nos ofrece el perdón y la vida eterna por medio de la fe en Jesucristo (Ef 2:8-9; Tit 3:4-7). La fe es la respuesta humana a la iniciativa divina, que consiste en confiar en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo y en aceptar su regalo con gratitud y humildad.

Ahora, ¿qué importancia tiene la gracia de Dios para nuestra vida cristiana? La gracia de Dios no solo nos salva, sino que también nos transforma y nos capacita para vivir como hijos e hijas de Dios. La gracia de Dios nos santifica, es decir, nos hace más parecidos a Cristo, al renovar nuestra mente y nuestro corazón por el poder del Espíritu Santo (Ro 12:2; 2 Co 3:18). La gracia de Dios también nos da los dones y produce en nosotros los frutos del Espíritu Santo, que son las capacidades y las virtudes que necesitamos para servir a Dios y a los demás con amor (1 Co 12:4-11; Ga 5:22-23).

La gracia de Dios también nos desafía a vivir de una manera coherente con nuestra nueva identidad y vocación en Cristo. La gracia de Dios nos llama a dejar el pecado y seguir la voluntad de Dios, a amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos, a ser humildes y agradecidos, a perdonar como hemos sido perdonados, y a compartir el evangelio de la gracia con otros.

La gracia de Dios nos invita a participar de su vida y de su plan para el mundo. Nos llama a ser sus hijos e hijas, a formar parte de su pueblo, a vivir según su voluntad y a colaborar con su obra. La gracia de Dios nos transforma y nos capacita para hacer el bien y evitar el mal, para amar a Dios y al prójimo, para crecer en santidad y virtud.

Para recibir la gracia de Dios, debemos tener fe y confianza en él. Debemos reconocer nuestra necesidad de su ayuda y nuestra incapacidad de salvarnos por nosotros mismos. Debemos abrir nuestro corazón a su acción y dejarnos guiar por su Espíritu.

La gracia de Dios es un misterio maravilloso que nos llena de esperanza y alegría. Es un regalo que debemos acoger con humildad y generosidad. Es una realidad que debemos vivir con fidelidad y entusiasmo. Es una fuente de bendición que debemos compartir con los demás.

¡Gracias a Dios por su don inefable! 2 Corintios 9:15

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