textos re-visitados 1 'Carta de entrega de apartamento'

en estos días he estado leyendo el blog que tuve, con otros nombres de pluma, entre el 08 y el 16. he revisado diferentes entradas por diferentes motivos, pero todas siguiendo un mismo patrón: quiero rastrear algunas cosas que hoy he estado pensando. quiero valorar cómo han envejecido en mí ciertas apuestas, ciertos análisis. he encontrado cosas muy malas y pailitas, otras interesantes. otros textos que me siguen gustando y algunas otras ideas con las que sigo trabajando y sobre las que sigo buscando modos de pensarlas.

en aras de r-astraer, -ecuperar, -evisitar, algunos textos los retomaré.

en esta primera ocasión recupero el texto de 2011 'Carta de entrega de apartamento' (en esa época utilizaba mayúsculas). al principio no tenía claro de dónde había salido ese texto -qué clic tuvo el motor para empezar a andar. eso fue hasta que llegué a esta frase: 'y usted se sonrió de tal forma que cogió su bufanda y se la puso en la boca tapando la sonrisa. A pesar de que no le dije nada, me reí.'

esa frase me transportó inmediatamente al quinto piso con persianas a la calle en la que pasó esa escena. el tiempo no es oro pero es tiempo. me acuerdo de su sonrisa y la manera en que la tapó con la bufanda. recuerdo que la persiana estaba bajada pero abierta, entraba la luz clara del día aun. puede ser que eso último me lo imagine.

me gusta que el texto mencione un 'kit' como para tener en la casa en caso de una emergencia. hace un par de años, mientras miraba concentrado a un amor que se despedía de mí, pensé que apenas pueda tendré una navidad en que regalaré a todos mis conocidos un kit de emergencia en caso de terremoto. la manera en que temblé esa noche mientras la veía no se me va a olvidar nunca.

he pescado cosas bonitas en todo lo que he sido. reflexiones incipientes sobre problemas vitales que he venido a sentir mejor y pensar distinto. hay cosas que incluso me sorprenden. siento algo parecido al orgullo del vitalista cósmico, a la consciencia egoente* de sentir que he honrado mi propio camino. tal vez no en llegar a las metas, pero sí en honrar el propio camino: la universalidad brotando por mi individualidad.

el texto es un cuento. un ejercicio narrativo con forma epistolar. ensayé ese formato varias veces y al día de hoy me sigue gustando. este texto en particular es un tipo de escritura que me gusta. un poco fantástica y bonita. cuando lo publiqué en el blog original un anónimo comentó que le sonaba 'taaaaaaaaaaaaan' a cortázar (todas las 'a' son del comentario original). y sí, lo leo y está su inspiración y su estilo. ¿será que un plagio inconsciente por necesidad de consuelo? es que lo vuelvo a leer y siento que lo escribí con cosas bonitas en el corazón. y sí, también con cosas tristes. aunque también bonitas, solo que tristes. quiero llevar una vida que se permita pensar cosas bonitas, aunque a veces resulten tristes. realizmo bello.

*"El egoente, haga lo que hiciere, tiene la gracia de la lógica; haga lo que hiciere, ya vaya roto o sucio, nos enamora, porque la vida es lo que nos subyuga." fuente: https://www.otraparte.org/corporacion/prensa/20031004-egoente, énfasis añadidos. (curiosamente en ese texto mencionan la fecha en la que escribo estas letras, 11 de octubre).


"Carta de entrega de apartamento"

Espero que encuentre todo en orden. Usted sabe que le agradezco mucho haberme prestado su apartamento. Nuestros tiempos coinciden, siempre, y por eso yo me voy y usted vuelve. Sin echarnos y empujarnos seguimos estando uno detrás del otro, nunca lado a lado.

No permití que las flores murieran, eso a usted la hubiera matado. Pero igual usted qué hubiera hecho? Siempre lo he pensado, y lo pensé mucho durante mi estadía. No me hubiera dicho nada. Si acaso que mucho irresponsable, pero nada más. No se hubiera afectado por las flores. Pero yo sé que sí se hubiera afectado, allá, en el nivel de lo que nos quita el sueño. Pero no me hubiera dicho nada porque se me murieran sus flores.

Ahora que me voy, pienso mucho en esos meses en este departamento. En algunas ocasiones, cuando llegaba muy tarde y muy consciente de que era su hogar y no el mío, y que aunque estuviera solo era un visitante, la sola idea, salida de borracheras no tan vomitivas, de que yo abriera la puerta y estuviera usted, en su sala (no importa el motivo, era mágico, era un argumento mágico) sentada, esperándome, me resultaba bello. Que me contara el motivo mágico de su llegada inesperada se me prestaba como la oportunidad para quemar toda esa fantasía desbordada. Es un hilo, una oración u una idea, y la sigue y se encuentra con todo un tapiz de posibilidades, finales y oportunidades. Prestarme a ese ejercicio era el final de noches nunca tan satisfactorias. Son hilos tan fuertes que la realidad no resulta decepcionante, sino que se ve a la luz de la sospecha alegre. La que ve cualquier cosa como un aviso de lo que uno se imaginó, de lo que uno vio como posibilidad. "Que no me conteste el celular, que lo tenga apagado, tal vez se debe a que está en un vuelo para acá." En el fondo sabía y reconocía en lo que me quedaba de consciencia que nada de eso era verdad. Que era un pensamiento cálido, pero nada más.

Un atardecer en el que se fue la luz, tuve que meterme en armarios y cómodas buscando velas. En el armario del que era su cuarto encontré, en una caja, puesta con otras cosas que decidí no ver, una foto que le había tomado tiempo atrás. Recuerdo mucho esa tarde, sabe? Fue una tarde bonita e incómoda. Le dije algo, ya no recuerdo qué, y usted se sonrió de tal forma que cogió su bufanda y se la puso en la boca tapando la sonrisa. A pesar de que no le dije nada, me reí. Usted seguía sonriendo, sus ojos me lo informaban, y usted, por algún motivo tapó esa sonrisa incontenible. Ese atardecer sin luz fue increíble. Efectivamente había velas en el último lugar en el que busqué, la tienda, a tres cuadras. Se ha dado cuenta que sus flores se ven desde la acera del frente? Ese día, que no había luz artificial en ninguna parte y el cielo estaba rojizo, rojizo, el balcón brillaba y se veían las flores. Llegué a echarles agua y hablarles. Eso último sin saber muy bien por qué. Ahora le dejé todo un kit de velas, pitos y fósforos. Están en la cómoda azul de su cuarto. Los dejé ahí porque estoy seguro de que si pasa una emergencia en ese apartamento, que de repente se apaguen todas las luces, comenzará por ese cuarto.

La última temporada fue la más difícil, digo, como para terminar la cronología de mi paso por su apartamento. La crisis en la universidad me estaba pateando. Si buscara desahogo seguramente no sería hablando con usted. No obstante, recuerdo una noche particularmente jodida. Bloqueo total, y por un asunto meramente administrativo, alguna cuenta con su mamá, no recuerdo, usted llamó. Hablamos tres minutos, pero los últimos veinte segundos fue preguntarme que cómo estaba. Respondí con una mueca. Usted respondió con un silencio y alguna palabra torpe como 'fresco', o 'tranquilo'. Silencio y colgamos. Esa noche me quedé pensándola y tuve un episodio de esos, de los de fantasía desbordada, con una sobriedad sobrecogedora. Me sonreía en su sala, un poco apenado, de dejarme llevar por fantasías de visitas. Ahí me detuve, pensar visitas no me reconfortaba: en general, pensarla a usted me resultaba reconfortante. Hubo un paralelo que pensé y que recuerdo mucho, tal vez por la precisión con la que retrataba el espíritu del asunto: el botón de los analgésicos en un hospital. Sí me entiende? Piense en esas personas que sufren accidentes tenaces. Esos pacientes tienen un botón, usualmente rojo, para cuando el dolor se vuelve inaguantable. Sufren mucho, lo oprimen y se meten al cuerpo una buena dosis de narcóticos. Sufren y se drogan para no sentirlo. Parecido a eso, esa noche que la pensé sentí, al pensarla, que usted era un gran botón rojo de un hospital imaginario. El mundo me dejaba inhabilitado, y ese día el pensarla liberaba dosis de tranquilidad que me resultaban reconfortantes. Como le dije, pensarla me reconforta, es así el asunto. Y mire que esa sensación se ha quedado conmigo hasta el día de hoy. Hoy pensarla me sigue resultando reconfortante.

Las alcobas están todas limpias. Se me quedan unos libros porque no tengo cómo llevármelos, y unos discos que le dejo para que los escuche y en unos meses me dé su opinión. Los discos se los dejo en el escaparate de la sala, están debajo de unas porcelanas. Los dejé ahí como para señalar la fragilidad de la buena música.

Para cuando llegue, se dará cuenta que hice algunos cambios en el jardín. Cambié las macetas, y en general intenté echar mano del jardín. En el cajón que dejé debajo de la maceta blanca hay implementos de jardinería. Se los compré para que tenga algo en lo que entretenerse, además, por supuesto, tienen el objetivo de mostrarle que me tomé en serio esa tarea tan importante que nunca me pidió, la de cuidar sus flores. Como todo lo importante entre usted y yo, esa tarea tampoco se hizo nunca explícita. Distraernos nos evita fijarnos en cosas más grandes que nosotros mismos. Usted me entiende, nos hacemos los desentendidos, pero usted me entiende.

Si hay alguna cosa extraña en el apartamento me escribe y miramos, aunque la verdad creo que lo dejo en muy buen estado. Decidí enmarcar la foto, la volví a dejar donde usted la tenía, pero preferí enmarcarla. Por aquello de lo implícito.

Salgo para la estación, escríbame contándome qué tal estuvo el viaje de vuelta.

Pdta.
No sé si le gusten, pero compré unas clavellinas rojas. Son los botones rojos que no han germinado en la maceta azul. Espero que los cuide. Le confieso que imaginarla con una sonrisa, y "botones" rojos en las manos me parece una metáfora increíblemente poderosa.



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