Un amigo me pide historias de mi masculinidad tóxica... hoy recordé esta.
May 22, 2020•423 words
Cuando conocí a Mayi me enamoré de ella. Aún se aparece, cuando lavo la loza o me fumo un cigarrillo mirando las nubes pasar, la imagen de la primera vez que la vi sonreir. La conocí en unas olimpiadas de filosofía, estabamos aún en el colegio. No le pedí el número porque era muy romántico entonces y pensé "ya nos encontraremos de nuevo". No sabía aún lo grande que es el mundo. Ahora sigo siendo romántico, pero pido el número igual porque a veces hay que darle un empujón a la fortuna.
En efecto la vi de nuevo. Nos encontramos un día en la universidad. Ella tenía un noviecito ahora, un tipo flaco y demasiado guapo.¡Cuánto lo odiaba! Seguramente era un buen muchacho, pero yo lo odiaba. Mayi era católica, así que ese chiste que le hice acerca de que no soy celoso no tuvo mayor efecto. Me hice amigo suyo.
Anduvimos así como dos años. Un día trajeron a Bogotá una exposición de Man-Ray. En esa época yo estaba muy interesado en el Dadá y pasaba escribiendo cuentos sobre cómo yo no soy Duchamp. Man-Ray es uno de esos artistas que hoy llamamos Duchamp; hizo el primer ready-made y se metió a hacer fotografía. Fui al museo y me topé con una de estas personas cuyo trabajo es contextualizar el arte. Me explicó las técnicas, el contexto, todo. Yo digerí la información y pensé cosas y saqué conclusiones.
Mayi me llamó y me dijo que había roto con el flaco ese. La invité a la exposición. "¿Tú ya fuiste?"- me preguntó. "No"-mentí. Me puse una camisa que me hacía ver guapo y me fui a un Fallabella a echarme un perfume caro aprovechando la estrategia de las vendedoras de dar muestras gratis. La recogí y fuimos al museo. Le expliqué las técnicas, el contexto, todo como si lo estuviera descubriendo en las obras, en el momento. Esa misma noche nos acostamos.
Poco tiempo después empezamos a salir. Duramos un par de meses y yo ya no lo soportaba. Era católica, andaba en taxi a todos lados antes de uber y, una vez hubo uber, ni por la leche iba a pie. No contestaba el celular en la calle por miedo a que se lo robaran: ¡por Dios! ¡El lugar más peligroso al que iba era la 82! ¡E iba en uber!
Todas cosas que ya sabía sobre ella. La cacé y lo hice con paciencia. Luego me deshice de ella.
Un día, hace como un año, le escribí pidiendo perdón. Nunca respondió.