días de cuarentena. día 66. baldosas, fríjoles y loza

hemos hablado muchas veces con un círculo de la palabra flexible que se ha venido constituyendo en delfos que el olvido es una cosa también de voluntad, en un sentido. en el sentido de que olvidar es un ejercicio que también uno se propone: encomendarse a un esfuerzo que se dirige a salir de un bucle, de una espiral sinuosa que no lleva a ninguna parte. entonces como que sí. hay que obligarse a soltar ciertos recuerdos, ciertas potencias, ciertos coqueteos mentales con lo que fue y que producen erecciones, estímulos descontrolados, mentales también, la mayoría del tiempo, que en todo caso siguen siendo.

pienso en eso mientras uso acondicionador y tratamiento restaurador de cabello marca dove. no sé exactamente qué hace ninguno de los dos pero fue un hábito que se me quedó.

pienso que el aroma de mi propio cabello mientras se enjuaga me recuerda a esta persona que me legó entre otras cosas el gusto por la sensación ligera y limpia del cabello tras el baño (yo tampoco me creo que haya escrito lo que acabo de escribir pero qué bonito se ve escrito, no?).

me tengo que obligar a pensar en otra cosa. asociar este aroma con otra potencia en la vida. si no qué? cada vez que me limpie será mera terapia psicoanalítica? así ha sido? busco algo por fuera de mí mismo. pondré toda mi atención en esta baldosa que tengo al frente. la veo con toda mi atención. asociaré esta sensación de frescura en la cabeza con esta baldosa. con su capacidad de quedarse ahí quieta, sólida, estática, nítida, mientras resbala todo sobre ella. la espuma baja sobre ella. el agua baja y sube y chapotea sobre ella. el jabón, el champú, el acondicionador, el tal tratamiento, todo le resbala. le resbalaría una orgía si se hiciera ahí al frente. todo le resbala. quiero ser la baldosa. todo el poder para la baldosa. la baldosa es mi pastor. sobre esta baldosa haré mi iglesia.

suave.

y en el día a día llevo los aromas de la vida sobre los pasos que a veces resultan ser efectivamente en baldosas.

ahorita puse fríjoles en agua. entré al patiecito y vi por la ventana. pensé que ya mañana estaba resuelto el tema del almuerzo. como que poner los fríjoles en agua fue limitar un poco mi libertad al ejercerla. mañana no voy a divagar. eso ya está resuelto. tomé una decisión y si mi me mantengo coherente conmigo mismo mañana no tendré que dar un debate conmigo mismo y sí podré poner mi libertad decidida y limitada al servicio de algo que la limite más y la obligue a decidirse más.

hay días mejores y otros no tanto. hay días en que nada cuadra. toda la memoria y toda la prospección se vuelven la misma cosa, una masa amorfa que es uno mismo estático. pero hay otros que hasta en el el escurridor de loza todo encaja. las tapas de las ollas, las sartenes y los platos. días en que la mayoría cuadra. la vaina es que ni siquiera es una lotería vital (solamente). uno los tiene que conspirar. y a veces se logra. uno tiene un resultado que debe aprender a valorar, una sensación distinta con la luz del atardecer -que no es como si fuese cualquier otro día porque exactamente no lo es- o también se parece a la sensación que uno tiene después de nadar y que a veces también me queda tras escribir.

como nota personal -más personal si cabe- pienso que no debo proponerme defraudar la confianza de las personas que la depositan de una u otra forma en mí. no es un tema de negarme a reconocer la posibilidad de que pueda eventualmente hacerlo (defraudarlos), sino no proponerme de entrada materializar esa opción posible del universo sobre otras igual de posibles.


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