Los límites del equívoco
January 17, 2020•304 words
Hasta su final, Bill Murray sostuvo que los cadáveres empalados en el jardín de su mansión californiana eran utilería para el decorado de una película y no el rastro de un sangriento ritual indígena mesoamericano.
El soplo, dado a las autoridades por Lupe -su criada, tal vez amante, por 20 años-, más pareció un tétrico ajuste de cuentas entre ambos que una urgente denuncia criminal; interrogada por la policía, la empleada contó que el señor Bill la encomendó reclutar indocumentados a los que prometía una buena paga si accedían a realizar labores de mantenimiento en la residencia del actor.
Posteriormente los hombres, reducidos por el equipo de seguridad del actor, eran encerrados en un sótano para ser sometidos a vejámenes que eran reproducciones fidedignas de los ejecutados en el cono sur durante las dictaduras militares de la década del setenta del siglo anterior.
"El señor Bill se sentaba en un trono de jaspe frente a la turba y aplaudía cada exceso que cometíamos"-afirmó Lupe en los interrogatorios que pronto adquirieron resonancia internacional.
"Obtenía placer del sincretismo: un gusto erudito por el bondage combinado con las sensaciones obtenidas por la ingesta de corazones frescos, propios de rituales mayas... y su megalomanía, imparable desde Lost in Translation, le permitió ir a su aire en la incorporación de elementos romanos en sus rituales, de los que se rumorea participaron muchos ejecutivos de Hollywood"-aseveró el fiscal que conduce el caso.
Capturado al inicio del solsticio de invierno en un Chick-A-Fella de Detroit mientras robaba papas fritas a un rubicundo niño que no sabía quién demonios era ese señor de cabello entrecano y gafas oscuras, Murray ha mantenido una actitud distante, propia de sus representaciones cinematográficas. Las autoridades buscan por cielo y tierra a Lupe, la criada, desaparecida sin dejar rastro de la instalación penitenciaria donde había sido ubicada.