Derivativa

J.D. Salinger no recordó despertar; bastó para sí el impulso cuántico, indeterminado, torrencial, para saberse parte del entramado, no al frente, -como fue su deseo- sino al fondo, de igual manera al proceder del Eclesiastés, cuya operación a la sombra es crucial para el funcionamiento armonioso entre el cielo y la tierra.

Dejó de escribir cuando repasó el párrafo anterior. Hizo a un lado la tablilla en la que acumulaba hojas y hojas de un tratado de teología sin concluir y fue a la busca de una taza de café. Un recuerdo prorrumpió en su mente, referido a una clase a la que asistió en la universidad de Uppsala. En ella, los estudiantes discutían si era o no importante saber si el alma era consciente de habitar el cielo o el infierno. ¿Por qué dar importancia a relatos cuya función es superponer capas de palabras entre el objeto y la verdad?.

Ante la ventana, en cuyo marco había muescas que apreciaba tocar para sentirse parte del entramado, observó a la distancia la confluencia de dos cauces cuya desembocadura alimentaba la fuente de su jardín. Estaba pendiente la conclusión del retrato de Alice, escrito sobre el espejo mientras ella, al anverso, traducía, de manera espontánea, los versos de Petrarca.

En su vértigo, Swedenborg fue lúcido para memorizar la trayectoria que labraba en los cielos particulares que iba atravesando; sin recordar su partida, comprendió que su final probablemente lo atraparía sin consciencia; clamó perdón por sus anteriores encarnaciones como por las que llegarían, y comprendió que cualquier recurso hipertextual solo remarcaría la potencia de una obra cuya existencia agobia a los humanos.


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