Muerte de un haragán
January 28, 2020•311 words
Surgió cuando los demás lo olvidaron; hubo tanto de providencial en su aparición —que a nadie importó y por la que él, acostumbrado a nadar contra la corriente, consideró con seriedad como una oportunidad para hacerse a un nombre, pese a los malentendidos con el paladín homónimo, de cuyo nombre prefiero no acordarme— como de caos en su partida, operática de la forma en que operático es el sonido monstruoso resultante de un abrazo entre el Big Bang y un Big Crunch en un Dunkin a primera de la madrugada.
Lo que leerá a continuación es su último Sturm und Drag, a la manera de última voluntad, nunca antes leída por bardo alguno.
«Es inevitable descubrir que no seremos más partículas en colisión. Parto del final raudo al que estamos sometidos para descubrir que la velocidad nos ha aislado del contacto del otro —las mediaciones tecnológicas son simulacros, no verdaderas conexiones, a la usanza de las redes neuronales, producto evolutivo condenado a la obsolescencia— y nos ha transformado, valga la expresión, en archipiélagos cuya desintegración está programada en el obrar apoteósico de la incertidumbre.
No auguro otro escenario probable para los eventos consecutivos a este breve manifiesto. Si acude usted a considerar el sentido restringido de mis frases, llegará a considerarlas "parrafadas", trasuntos coléricos de un enajenado. Razón no falta, si revisamos la incidencia de los astros en el comportamiento global; si aceptamos la preeminencia tecnológica en el sexo; si coincidimos en que el capital ha cambiado de formas y ahora se muestra inalcanzable; si quitamos las máscaras de las víctimas para dar rostro a los victimarios; si comprendemos que lo elusivo es un factor de la intriga.
Archipiélagos,duh. Aislados, viendo la desintegración de nuestros cuerpos, a una velocidad inimaginable.
Jeff Lebowski»
Nadie lloró tanto su partida como Fernando Vallejo, ahora reducido a la mendicidad en su natal y provinciana Medellín.