Fábula sin moraleja, cuyo origen es un sueño

Juan, el que sabe cómo, fue llamado de último por el coyote, en lo que parecía un lugar abandonado del muro que separa norte de centroamérica.

El apodo se lo ganó en la escuela, cuando hizo unos meses del primer grado, y, presente como ha estado en su vida, lo conservaba como un reemplazo de su apellido, ya olvidado. Sabía, como solo lo sabe quien asiste a un momento definitivo, que había llegado su momento. Estaba jugado, por lo que cualquier cosa que dijera, u ordenara, el coyote la cumpliría al pie de la letra. Así fue siempre, como lavaplatos, barrendero, o celador, hacer lo que se pidiera. Sin peros, ni menos, o más.

Los demás han subido al platón de la camioneta y están a la espera de que arranque el vehículo. Juan, el que sabe cómo, se acerca al llamado del hombre mientras se desempolva el tierrero, acumulado por la marcha de cientos de kilómetros. Cuando están frente a frente, algo dice el coyote que los otros no escuchan. Después habrán versiones cruzadas entre los supervivientes. Todos confirman la sonrisa pérfida del coyote y el rostro inescrutable de Juan. Alguno dirá que nunca confió en él, descubierto sierra adentro por el grupo, mientras cazaba una salamandra.

Juan, el que sabe cómo, demuestra su gratitud extendiendo la mano al coyote. Se escucha un claro "Como mande, patrón". Luego, el hombre ingresa a las sombras para dar inicio a su labor.


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