Una de vaqueros

Cansado de escuchar tus reclamos, hice a un lado el libro de Robert E. Howard que leía en esos momentos para prestarte atención de una puta vez.

-Ya no resulta tan fácil proceder del dicho al hecho. En mi caso es la advertencia del desbarrancadero al que ingresamos en algún momento de nuestra adultez-dijiste.

Te vi encender el cigarrillo con ese donaire que en otros tiempos, "antes del desbarrancar" como solías decir, me cautivaba. Era un movimiento grácil, inadvertido, en el que el pitillo pasaba de apagado a encendido. Doy constancia que muchos quedaron sorprendidos cuando una voluta de humo recorría el espacio sin que nadie hubiera advertido la maestría con la que procedías para saciar tu angustia nicotínica.

-¿Desbarrancadero?-pregunté.

-Sí, esa impotencia del hacer que aparece con los años.

Me levanté por un café. Estaba frío porque lo preparé en la mañana. Te escuché pedir una taza. Típico, lo único que hacías bien era encender el peche porque lo demás estaba ubicado en el rango de la inacción.

-Sé que lo comprendes, pero me gusta darle vuelta a esa idea del caer, del estar imposibilitada, del querer y no poder.-Dijiste mientras yo contemplaba las tazas girar a través de la ventanilla del microondas.

-Como el sexo entre los dos.-Fue mi respuesta.

-Sí, aunque me he vuelto incogible, tú también lo estás.-Replicaste.

-No hay excusa para ambos.

-Sí, el sexo en pareja es una de vaqueros que nadie quiere escuchar.

-Como el desbarrancadero.

-Ajá.

Por ese instante, el contrapunteo terminó. Después te bebiste el café mientras acababas el pucho, a tu manera, con parsimonia. La idea de las relaciones incogibles, desbarrancadas, no era nueva, pero me parecía atractiva. Tomé una nota mental para desarrollarla posteriormente en algún relato.

Pero no te callabas.

-Es como cuando le escribes a alguien en Messenger, a alguien con quien no tienes un contacto frecuente, y recibes ese tipo de respuestas cortantes que, no por esperadas, permanecen incómodas, lo que te hace preguntar el por qué de tener a alguien enlazado con quien ya no compartes el mismo horizonte de sucesos.

Cerré la persiana por la que la canícula estaba filtrándose. Era uno de esos momentos de insoportabilidad en que te liabas cada vez con más frecuencia.

Me estaba preguntando hasta cuándo lo soportaría.

-Llego a preguntarme si el por qué de esa inercia, tan propia de vidas aburridas y sin ningún esplendor, es el final del entusiasmo. Ese mismo que hacía imposible ver el desbarranque. Como cuando tú y yo nos conocimos.

-Como si fuera ayer.-Reviré.

No había decidido sentarme. El libro de Howard lo conseguí horas antes de la Gran Reclusión. Fue accidental, pasaba por esa librería de vuelta a casa, y la portada con el sargento Harris atrajo mi atención. Sabía que era la última vez en mucho tiempo que compraba un libro, entonces que valiera la pena.

-Apura.

Tu mirada no daba lugar a dudas. Jugabas con mi exasperación.

-Es como si te contara una de vaqueros: al final, cuando te tuviera frente a mí, dudaría un segundo en disparar, con lo que tú tomarías ventaja. Lo que, al final no te contaré, está enmarcado en el final del entusiasmo y de cómo éste, con los años, ha cedido a una sensación de odio, de fastidio mutuo, de desasosiego.

El golpe fue seco. Tuve en mi cabeza el recuerdo de alguna película de Humphrey Bogart (¿El halcón?)...Me molestó utilizar el libro de Howard. En una ráfaga de lucidez, que contrasté con el almanaque, este día conmemoraba el suicidio del escritor que siempre quise emular.


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