Música para películas imaginarias

Tal vez fuera el hastío.

Había probado con esa escala durante horas sin alcanzar un resultado medianamente satisfactorio, por lo que arrojar el portátil contra las teclas del piano fue uno más de los episodios de frustración e impotencia registrados para la posteridad.

Desde que fue diagnosticado de una enfermedad terminal le ocurría con más frecuencia sentir que llegaba a un punto del que no podía desplazarse; lo describió en sus diarios como "La sensación de estar emparedado en un muro, cuya frialdad nocturna me absorvió a una velocidad desbocada, y mis luchas era inútiles porque mientras más resistía, más me consumía, sin posibilidad alguna de escape".

Quienes leímos estos documentos nos sorprendimos de su inédito lirismo verbal, ausente de su composición musical en los últimos días. Descubrimos lo que no pudo contemplar, obstinado como estaba en componer esa obra, la inconclusa, cuyo origen fue un conmovedor presagio de sus últimos días. "Mis células, dijo el médico, están combatiendo contra sí mismas. Yo soy el campo de batalla, el territorio que arrasarán en una guerra de la que desconocen los motivos". Captar el sonido de los microorganismos recorriendo su cuerpo fue la empresa que opuso para resistir el abatimiento.

Por los registros encontrados tras su muerte, intentó llevar hasta el borde dicha empresa: desde la transcripción poco inspirada de los sonidos que emitía su cuerpo, hasta llegar al brutalismo de injertar nanotecnología para detectar vibraciones celulares, no desistió, ni siquiera en su agonía, por concluir una partitura a la que él intituló Yeti.


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