El vulvófilo

Durante el tiempo que permaneció ingresada, María Guerrero, una actríz caída en desgracia por un sospechoso accidente laboral, no dejó de repetir a quien quisiera escuchar la historia del vulvófilo.

No tuve el privilegio de sentarme con ella, porque mi área de práctica se encontraba en el pabellón anexo. Sin embargo, por mediación de un compañero pude obtener un permiso para conversar con ella. Postergué el encuentro sin motivo, hasta que alguien me informó que la enferma había recaído en una crisis de la que no saldría.

Lamenté no haber conocido de su propia boca la historia. Pero uno de los médicos, sabiendo de mi vena narrativa, me brindó unos documentos escritos por María.

Lo que a continuación leerá es una transcripción y edición de fragmentos escritos, presumiblemente, en los primeros días de reclusión de la actriz.

"En 2012, conocí a Rael, así se hacía llamar, porque era un amigo de un amigo al que había perdido la pista luego de concluir mis estudios de arte dramático.

Meses después, supe por boca de Rael, cómo había concluido Alberto, el amigo en común. Al enterarse de una verdad inconcebible, Alberto se quitó la vida lanzándose al vacío desde un noveno piso. De esta manera, uno de los actores más talentosos de esta generación, retornó su cuerpo sin vida a las páginas de la sección judicial de los periódicos. Rael no quiso contar cómo tenía esa información, tampoco la verdad que había motivado al suicidio de Alberto. Por la crudeza en la exposición, además de unos detalles familiares para el círculo más íntimo de amigos de Alberto, supe que no mentía. Lo despreciaba al actor, tanto como lo hacía conmigo. Recuerdo llorar mientras Rael me embestía. Intentaba no pensar en Alberto, reventado contra el pavimento. Pero la imagen de las vísceras esparcidas iba y venía, sin piedad. Rael no concluyó hasta dejarme exangüe. Luego me abandonó en ese lugar, sin una despedida, como era propio de él.

Entre mi círculo, nadie contaba con referencias de Rael. Algunos sospechaban que ése podría no ser su nombre; otros me advirtieron del peligro que acarreaba frecuentarlo. Aún después de lo que pasó, no es claro para mí cómo llegué a él, tampoco por qué persistí en mantener contacto. La huida y la reclusión en este lugar son escenarios difusos para mi memoria. En contraste, Rael es inevitable en su imagen precisa. No podrán los medicamentos suprimir los episodios, pero sí lo harán conmigo en el lapso de estos meses. Incluso han eliminado mis diarios, páginas en las que registré cada encuentro con él. Desde el inicio, cuando adaptaba La condesa sangrienta... tardes de trabajo en la biblioteca, en donde conocí a Rael, esperándome en un pasillo. Como si fuera ayer, se presentó bajo el nombre de Vulvófilo. Fue consensuado. Me impresionó su destreza. Acordó, ya que carecía de voluntad después de haber sido tomada por él, verme al día siguiente. De la biblioteca pasamos a habitaciones de hotel, y de éstas a lugares públicos, sórdidos, en los que Rael desplegaba su posesión sobre mi cuerpo. Siempre desaparecía, sin dejar rastro, mientras yo intentaba explicar lo que había sentido durante las horas anteriores.

Concluyó todo como inició. Sin saber cómo. En las noches, mientras intento dormir, lo escucho rondar. Algunas reclusas afirman que Rael está con ellas, y yo solo fui quien lo dejó entrar. Un súcubo, dicen. Las que mueren devoradas, son incineradas. Vi, antes de ser transferida a este pabellón, como Rael se desplegaba sobre las entrañas aún tibias de la reclusa. Pido clemencia por esa alma, ya que por la mía no habrá responso.

Cuando regresé a visitarla, El personal de la salud encontraba la manera para que María no concluyera la historia, como si quisiera evitar la revelación de un detalle sórdido que sirviera para identificar al responsable de una serie de feminicidios, aparentemente sin conexión, ocurridos en el distante 2016.


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